Aún no ha empezado el día más largo

Esto es fácil. O no. Pero hazlo. Jamás te perdonaré si no lo consigues y doy por hecho que nunca dejarás de intentarlo. Piensa. Te he visto tan alto que me siento ridículo escribiéndote desde aquí abajo. Mírate. Vimos tanto en ti que ahora dudamos. ¿Qué ves tú? Admiré hasta tus defectos por lo bien definidos que estaban y temo que en tu espejo veas tu sombra y no aparezcas tú. Te deshaces. Brillaste por encima de mis posibilidades y ahora que te veo a media luz te pregunto alto, claro y sin tapujos: ¿te vas a rendir? Dime que no y yo sigo. Dime que no y te espero, pero no aquí, sino al otro lado. Búscame donde aprendí de ti que la vida es el contexto y vivir es el pretexto, que la vida es el regalo y siempre es mi cumpleaños. Encuéntrame donde absorbí tu magia que ahora sangra. Hemorragia, dudar te deshace y dudo que seas consciente de lo mucho que nos cuesta ver lo que eres, lo que eras, todo lo que puedes llegar a ser. Vuelve y sé, sé tu mismo. Activa el mecanismo de tu metabolismo y vuelve a inspirarme. No fue un espejismo.

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Un globo rojo

¿Por qué siempre apareces al principio de mis textos y al final de mis días? ¿Por qué me llenas tanto si no estás? He conducido de noche y me he puesto a pensar en ti, en el tiempo que llevamos sin vernos. Lo hago a menudo pero anoche, justo cuando intentaba acertar a concretar la cifra de meses, un globo rojo bastante grande rozó la luna delantera de mi coche, de frente, justo delante de mi mirada y en medio de ese pensamiento en ti. Y no pude evitar sonreír porque el rojo fue siempre tu color favorito y porque jamás habría pensado que un globo rojo podría impactar contra mi coche en plena M40, en noche cerrada y carretera vacía. ¿De dónde vendría? ¿Eras tú? Sería bonito pensar que eras tú.

Globo rojo

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Ser

Ser mil personas a la vez. No ser nadie y de repente ser. Ser su proyecto pero ser. No ser de nadie y regalarte a un ser. Ser sin él. Ser sin ella. Ser. Ser lo que deseaste ser y lo que algún día desearás ser. Ni parecer ni posponer, ser. Ser lo que te nace ser. Ser es el verbo, ser es lo que se ve. Ser con ella. Ser con él. Pero ser, simplemente ser, o difícilmente ser, pero ser.

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De flautas, trenes y ríos

La mitad de cosas que aprendí las he olvidado. He olvidado en qué punto se encontrarán dos trenes si uno circula a tal velocidad y el otro ha salido de no sé dónde. He olvidado cómo se lee una partitura porque el que debió enseñarme a amar la música me dejó tirado. Creo que llegó a llamarme arrítmico delante del resto de la clase y seguramente lo era. Tapar con firmeza los agujeros de la flauta fue un escollo insalvable para mí. Recuerdo ir a comprar la flauta con mi madre. No hacía falta comprar la de maderita oscura, esa era para las empollonas que sí sabían tapar los agujeros. Pero supongo que mi madre confiaba en mis capacidades más que yo mismo, y por supuesto, más que mi profesor de música. Salía a interpretar una partitura delante de los compañeros y me aterrorizaba. Las notas empezaban a diluirse, se derretían ante mi nula capacidad para leer y ejecutar, intuir y reproducir, imaginar y hacer sonar. No sé qué nota saqué en música pero seguramente más de la que merecía. Mi talento estaba dormido y no fueron capaces de despertarlo, ¡culpa suya! Por eso ahora me rebelo contra el mundo y canto en el coche como si supiera. En realidad sé, la subjetividad es muy socorrida a veces.

Nunca supe tocar la flauta

El caso es que un día supe donde nacían y desembocaban los ríos de España y ahora ni me planteo cuestionármelo. Es demasiado fácil averiguarlo. Un día supe describir la vegetación del clima subtropical húmedo y ahora… ahora no. Un día supe calcular la raíz cuadrada de 457 y ahora…ahora no sabría.

¿Sabéis que es lo que se me ha quedado de todo aquello? Lo que no se ha borrado es la imagen de mi hermana preguntándome por los ríos de España mientras nos bañábamos en la piscina. Se los sabía casi todos y yo sentía por ella una profunda admiración. Y ahora…ahora aún la admiro más. ¿Sabéis de qué me acuerdo? Para aprenderme las tablas de multiplicar me ponían un casette en el baño con rimas y cancioncitas que bien podrían ser consideradas hoy método de tortura. Poco daño me harían porque mi padre se veía obligado a acudir a rimas del tipo «seis por ocho cuarenta y ocho y te tocas el chocho». Pobre hombre, qué desesperante tuvo que ser criarme. Sin embargo, él nunca perdió la fe en mis capacidades. Yo era horrible en matemáticas y él era muy bueno, así que los días de examen se despertaba una hora antes de lo habitual y entraba en mi habitación a despertarme a mí. Nos sentábamos en el escritorio con la única luz del flexo y se aseguraba de mi capacidad para resolver el problema de los trenes. Cuando veía que había dado con la tecla, me volvía a meter en la cama y se marchaba. Y esa fue mi principal enseñanza. Por un hijo eres capaz de adelantar la hora de la alarma una hora sabiendo que debes recorrer una distancia de 65 kilómetros para llegar al puesto de trabajo no más tarde de las 8:30. Y eso no eran matemáticas, eso era vivir.

Tengo guardada una frase de Murakami, de su libro De qué hablo cuando hablo de correr que dice así: «Así es la escuela. Lo más importante que aprendemos en ella es que las cosas más importantes no se pueden aprender allí.» Para mí el colegio fue más contexto que texto, fue más un modo de programar mi crecimiento que un modo de crecer en conocimiento. Así lo siento. Nunca nadie me enseñó a expresar mis sentimientos, nunca nadie me aconsejó sobre cómo sobrellevar una pérdida. Determinadas cosas te pillan a contrapié y te preguntas qué has estado haciendo durante tanto tiempo como para no tener ni la más remota idea de cómo encarar un problema. Nunca nadie se planteó que era importante enseñarnos a comer sano y a cuidarnos. Y mi profesor de música jamás se imaginaría la pasión que tengo yo ahora por la música. Él solo veía a un niño torpe y arrítmico incapaz de tapar los agujeros de la flauta.

De lo poco que sé de la vida me he ido dando cuenta yo solito. Tropezar y levantarse ha sido en mi caso mil veces más efectivo que cualquier sistema educativo. Y no digo que no aprendiera nada, digo que pasamos demasiados años aprendiendo demasiadas cosas. Mis inquietudes durmieron durante demasiado tiempo y las que tengo despiertas configuran un ser totalmente ajeno a las matemáticas y a la flauta.

Habría estado bien que alguien me dijera que las cosas se pueden hacer de muchas formas distintas. Y que las consecuencias de hacerlas de una u otra forma configurarían mis futuras decisiones. Habría estado bien que me dijeran que podía hacerlo como lo haría el resto o intentar hacerlo como sólo yo sabría. Que me dijeran que podía ser yo mismo en vez de ser uno más, ser parte por mí mismo en lugar de formar parte de lo homogéneo. Habría sido genial que me dejaran claro que era débil, porque es mucho más sano aprender a conocerte que aprender a levantarte. Nunca nadie me preguntó por qué me esforzaba, dónde encontraba mi motivación o a quién me habría gustado dedicar mis éxitos. Me habría gustado tener un maestro y admirar su maestría, uno de los que no se olvidan por muchos años que sume en mi vida. Me conformo ahora sabiendo que los tenía al llegar a casa.

Mis maestros estaban en casa

Soy joven e inexperto. Mi mayor lección de vida llegó sin pizarra y tizas. Soy lo que vi y lo que siento. Soy mis cientos de fallos y mi eterno intento. Soy lo que ves más lo que llevo dentro. Soy todo lo que no he olvidado, lo que me falta, de lo que carezco. A mí no me ha sonado la flauta.

 

Toc, toc

Hace no tanto dormía en esta cama y bastaba un toc, toc a la pared para saber que estabas ahí. Nos dábamos las buenas noches y esperabas paciente a que recorriera los escasos metros que separan tu puerta de la mía para que llegara a mi cama y te contestara desde aquí. Acabo de hacerlo mamá, mis nudillos acaban de impactar contra esta pared naranja y he contado las veces que lo han hecho, porque eran exactamente cuatro los toquecitos que nos dábamos. Tú sabías que estaba aquí cerquita y yo sabía que te sentías cuidada. Nos teníamos. Toc, toc, toc, toc. Toc, toc, toc, toc.

Toc, toc, toc, toc

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Adicto a vivir

¿Por qué fumas? Joder, huele fatal y mata. ¿No es lo bastante contundente?

No, es que es una adicción… es muy difícil dejarlo…

¡Lo que no sé es por qué empezaste! Bueno, en realidad me jode admitir que sin llegar a saberlo lo intuyo. Empezaste porque creías que fumar era de mayor y te entraron prisas por vivir. Quisiste saltarte etapas y decirle al mundo que ahí estabas, dejando de ser un niño para ser como esos de las pelis. ¿Fue por eso, no? ¿O es que te enamoraste perdidamente de ese olor? ¿De verdad creías que eso podía llegar a saber bien? ¿En serio?

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Ella siempre gana

– Flores. Le compraré flores. Bombones, eso nunca falla. Le taparé los ojos. Llenaré la casa de velas y apagaré la luz para encenderla a ella. Ya lo tengo, algo manual, algo que me haya llevado un tiempo hacer. Un viaje, un sueño que queramos cumplir juntos. Cocinaré para ella, compraré un buen vino. Envolveré su regalo en seis o siete cajas para que se desespere abriéndolo. Le enviaré algo al trabajo. O me presento allí y suplico al de seguridad que me deje utilizar la megafonía para decir su nombre y un te quiero. No, espera. Le escribiré algo, lo más bonito que haya leído jamás. Tiene que ser algo que la atrape desde la primera línea. Que ni siquiera pueda levantar la vista entre párrafo y párrafo para mirarme. Que sólo las lágrimas interrumpan su momento mágico, que se deshaga como me deshago yo. Lo tengo. Voy a partirme en trocitos y se los voy a dar, para que me construya y se vea como yo la veo, se huela como yo la intuyo, se escuche como yo la oigo, se sienta como yo la toco y se saboree como a mí me sabe. Mi verdad, ese será mi regalo. Utilizaré las palabras para que nunca eche de menos un gesto, que sea eterno, que lo pueda leer mil veces, que le protejan, que me sienta cerca, que me pueda llevar consigo cuando yo no pueda ir. Le tengo que escribir lo que llevo dentro, para que le sea imposible no reírse. Quiero que entre y se encuentre a sí misma en todas partes, que se pierda entre mis espejos. Tiene que saber que habita hasta en el último rincón de lo que ni siquiera sé que tengo. Que sepa que ella manda, que ella dirige y dice, que ella me construye, que sólo ella suena. Tengo que ser contundente, quiero que agarre mi pasión por ella, mi miedo a perderla y mi suerte de tenerla. Quiero que estruje mi vulnerabilidad y mi atrevida entrega, que compruebe que no me guardo nada, que es imposible expresarle tanto. Le hablaré del comienzo, de nuestro origen, del día que nacimos juntos. Tiene que saber que recuerdo hasta el más mínimo detalle de aquel día, que no olvido su chaqueta roja ni el momento en que le pregunté el champú que usaba. Era tan suave y tenía tantas ganas de decirle que lo era que no le besé la cabeza por no parecer su padre. Pero aún puedo sentirlo si cierro los ojos y me concentro. ¡Buff! Aún hoy recuerdo su esmero en parecer descuidada, como si esa ensalada de atributos irresistibles fueran ajenos a ella, como si ni siquiera supiera lo que me gusta a mí una ensalada. Haré que vuelva a vivir ese momento como si fuese ayer cuando nos descubrimos. La sentaré en ese banco, en esa plaza, con el sol en la cara como cuando supimos que queríamos estar siempre así de calentitos. Conseguiré que rememore el paseo previo, la entrañable ruta hacia ninguna parte, la excusa que encontramos para hablarnos y escucharnos. Y el momento en que le propuse parar. Se paró el mundo, se paró todo. Nos sobraba casi hasta el aire, vivíamos de observarnos, de intuirnos. Eso era respirar. Era la ilusión más grande que jamás sentimos. Fluía. Fluíamos. Le escribiré para que sepa que ya sólo fluyo con ella y que fluyo más gracias a ella. Es importante que eso le quede claro al leerme, que sienta que siento, que respire aliviada, que le cueste mirarme al terminar y sea más cómodo abrazar sin más. Si por mí fuera nunca me iría y quiero que lo sepa.

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– ¡Joder! ¿De verdad hace falta que le escribas todo eso?

– No, no hace falta. Pero hoy la gente hace como que se quiere MÁS y yo simplemente quiero que se sepa que la quiero TODO.

– Seguro que lo sabe. ¡Es imposible no saberlo!

– Lo sabe, no le contaré nada nuevo. Pero se lo volveré a contar.

– Eres muy valiente.

– ¿Yo? ¿Por qué?

– Hay que serlo para atreverse a sentir así.

– Jamás hice un esfuerzo por sentir lo que siento. Nunca la he besado a desgana. Ella siempre gana.

¡Buenos días mi vida!

¡Ey! Espero que hayas dormido bien. He salido antes de lo normal porque intento no ser normal. Ya sabes, tú mereces lo mejor y te lo quiero dar. Siento si me he movido mucho, sé que lo he hecho. Pero sé que sabías que lo iba a hacer. Y que seguiré haciéndolo. Soy culo inquieto y entiendo que a veces se hace difícil vivir conmigo. Pero ahí sigues, inocente y suave, con lo mala que puedes llegar a ser y has sido. Dormida te veo débil y confieso que escribo esto mirándote para sentir que te manejo como siempre he soñado hacerlo. Eres mía y te domino, trato de dirigirte a mil destinos y sueles enseñarme más de lo que estoy dispuesto a aprender. Algún día cambiaremos. Algún día querré saberlo todo y pasarás de mi. No siempre pasan cosas, no siempre latimos acompasados. Pero estamos vivos y nos hacemos compañía. Hasta que la muerte nos separe.

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Ser natural. Ser muy bueno.

«Hay que ser muy bueno para ser natural». Eso dice una campaña de publicidad de una bebida que yo nunca bebo. Yo lo que pienso es que hay que «ser natural para ser muy bueno». Y es una cuestión de reordenar factores, de gusto personal por determinadas personalidades. Seguramente me encante verte seguro y segura de ti mismo, pero definitivamente me conquistarás si lo estás siendo al natural, sin disfraces ni preparación previa.

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Cambiaré el mundo

Llevo tiempo queriendo cambiar el mundo. Estoy loco, como esos que un día creyeron que podían hacerlo y lo hicieron. He fundado muchas cosas y aún sigo creyendo que me falta fundar una más, la definitiva. Mi atmósfera comienza a ser irrespirable porque puedo vivir en ella incluso sin aire. Y yo siempre quise tener de sobra para que soñar no fuera un juego de niños ilusos. Me ahogo.

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